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Organoides: pisando a fondo.


Hans Clevers y la revolución silenciosa de los organoides


¿Y si pudiéramos acortar los plazos de los ensayos médicos probando nuevos tratamientos ya en órganos humanos? Es decir, saltar al último paso previo al ensayo clínico y después pasar a la acción. Esto podría hacer que un tratamiento que normalmente tarda 5 años en llegar a los hospitales, lo hiciera en menos de la mitad de tiempo. Pero, por otro lado, descartaríamos mucho antes tratamientos que en humanos no iban a ofrecer un resultado óptimo, por ello, estamos ante una auténtica revolución que pasa por los medios de forma sigilosa,  pero que nosotros vamos a gritar en este artículo.  Si, la investigación avanza, la lucha continúa y cada paso cuenta. 


Aquí la historia de otro fighter, un héroe que va a cambiar muchos millones de vida. Este es el trabajo de Hans Clevers.


En las últimas décadas, la medicina ha buscado nuevas formas de estudiar el cuerpo humano sin depender exclusivamente de modelos animales o de ensayos largos y complejos en pacientes. En ese escenario aparece Hans Clevers, un médico y biólogo neerlandés, reconocido como uno de los pioneros en el desarrollo de los organoides, pequeñas estructuras tridimensionales cultivadas en laboratorio que actúan como “mini-órganos” funcionales. Estas diminutas arquitecturas celulares no son metáforas: respiran, secretan, responden a estímulos y muestran enfermedades como lo harían los tejidos reales dentro del cuerpo.


¿Qué es exactamente un organoide? Un organoide es un conjunto de células que, bajo condiciones muy específicas, se autoorganiza para formar una miniatura funcional de un órgano: puede ser una porción del intestino, un trozo de hígado, un fragmento de tejido pulmonar o incluso neuronas que establecen conexiones en formas similares a las del cerebro. Se desarrollan a partir de células madre del propio paciente, capaces de diferenciarse y convertirse en distintos tipos de células.


Esto significa que, si las células provienen del paciente, el organoide conserva su identidad genética, incluyendo rasgos fisiológicos, susceptibilidades y hasta mutaciones responsables de enfermedades. Por eso se les considera una herramienta extraordinaria para estudiar patologías “desde dentro” sin invadir el cuerpo.


Hans Clevers descubrió, en esencia, la manera de proporcionar a las células madre un entorno que imitara el nicho real en el que se desarrollan dentro del organismo. Fue como recordarles su “hoja de instrucciones”. Creando un laboratorio en miniatura, consguió que las células madre cuándo se colocan en matrices de soporte y se les exponen a señales químicas adecuadas, estas células reproducen patrones de crecimiento muy similares a los del tejido original. Todo en un tubo de ensayo.


Con esto, los científicos pueden:- Observar cómo se inicia y progresa una enfermedad.- Probar medicamentos directamente en células del paciente.- Identificar cuál tratamiento será más eficaz y con menos efectos adversos.


Esto tiene un nombre que quizás ya conocemos: medicina personalizada.


Implicaciones para la medicina y los ensayos clínicos.


Los ensayos clínicos tradicionales requieren muchos años de desarrollo antes de saber si un fármaco es seguro, eficaz o tolerable. Con los organoides, los investigadores pueden hacer una especie de pre-ensayo acelerado. Las moléculas se aplican en cientos o miles de organoides en paralelo, lo que permite descartar rápidamente lo que no sirve y avanzar solo con los tratamientos más prometedores.

Esto reduce costos, tiempo y riesgo, además de evitar que pacientes reales reciban tratamientos que probablemente no funcionen.

Además, los organoides permiten estudiar variabilidad genética. Dos pacientes con la misma enfermedad pueden responder de manera diferente a un fármaco. Con organoides, esa diferencia se vuelve visible antes de administrar nada a la persona.


¿Y qué hay de los trasplantes? Aquí es donde la historia se vuelve aún más transformadora. Si se puede cultivar tejido funcional que proviene de las células madre del propio paciente, es posible producir injertos o trasplantes genéticamente compatibles. Esto implicaría:- Desaparición del rechazo inmunológico.- Menor dependencia de inmunosupresores de por vida.- Mayor disponibilidad de tejidos.


Todavía no estamos en el punto de cultivar un órgano entero listo para trasplante, pero ya se trasplantan parches intestinales y hepáticos derivados de organoides para reparar tejido dañado.


Una frontera que se abreLos organoides representan una convergencia entre biología, ingeniería y clínica. Son modelos vivos, maleables y profundamente personales. El trabajo de Hans Clevers abrió una puerta: la posibilidad de estudiar la medicina no solo en cuerpos, sino en ecosistemas celulares personalizados, diseñados para entender mejor, tratar mejor y aliviar mejor.


Quizás el futuro de la medicina no esté en pensar más grande, sino en pensar más pequeño.


Somos Los IMpacientes.


ParatiP

 
 
 

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